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Sobre las predicciones meteorológicas y la vida misma
Escrito el Vie, 8 junio 2018 por viajes

¿No resulta curioso que en las páginas web que se dedican a la meteorología introduzcas una localidad y te de con muchos días de antelación -hasta 15 en algunos casos- la velocidad del viento, la temperatura, la probabilidad de lluvia, el volumen de la misma, en ese lugar?. Con datos tan precisos como los que nos devuelve la consulta nuestras mentes tienden a creer que más que una predicción lo que obtenemos es una certeza; es lógico pensar que tanta informhttps://atuaire.es/viajes/wp-admin/edit.php?post_type=pageación, tan precisa y detallada, nos habla de una realidad y no de estimaciones basadas en modelos predictivos que calculan unos programas informáticos, con un índice de error muy superior a lo que nuestra psique entiende y que una buena página informativa o un meteorólogo serio alertarían de ello.
Las páginas no mencionan que depende de cada estación del año, de cada tipo de meteoro, de cada zona y su microclima, de la antelación en el tiempo y en definitiva, de un cúmulo de circunstancias, que sea más predecible el tiempo en un momento futuro dado.
No hay que olvidar que nuestro cerebro tiende a creer lo que quiere y a generalizar, y que si hay una predicción de mal tiempo, sólo con que llueva algo en un momento del día ya tendemos a tomar la parte por el todo y a constatar que se ha cumplido la profecía.
Y no es verdad. Nosotros, que salimos al campo con mucha frecuencia, Asistimos en vivo y en directo a la realidad. Que llueva no quiere decir que lo haga durante los horarios, con la intensidad y en los lugares previstos. Se pueden contar con los dedos de una mano las ocasiones que nos ha llovido con una intensidad considerable en años, y de esas ocasiones solo algunas estaban previstas. Todos hemos asistido a las grandes nevadas que han paralizado el tráfico en nuestras ciudades y que no se han podido predecir con más de un día de antelación, como tampoco su intensidad. También hemos podido asistir al efecto rebote, alertas y alarmas por doquier con el fin de evitar problemas.
Lo cierto es que estas predicciones o previsiones meteorológicas cada vez se afianzan más en las personas como realidades virtuales o dogmas de fe y no es raro que la mayoría se las crea a pies juntillas.
Hace poco me contaba un senderista el caso de un compañero suyo de trabajo que no se podía creer que estuviera lloviendo cuando se asomó a la calle mientras en su teléfono móvil Iphone la app del tiempo le decía que el día era soleado y seco. ¡No se podía creer lo que estaba viendo en directo!
No es una mala opotunidad de leer o releer el libro de un Mundo Feliz y platearse si no nos está sucediendo ya lo vaticinado en esa novela y si no estaremos perdiendo nuestra capacidad de discernir entre la realidad de la ficción y de cuestionarnos ciertas cosas incluso desde el más básico sentido común.
La tendencia es convertirnos en autómatas a los que una máquina, una televión, una página web o una app dicta lo que tenemos que hacer, e incluso a los que consultamos lo que nos está pasando en cada momento como para reafirmar lo que nos dicen nuestros sentidos. Nuestra es la decisión y nuestra es la capacidad de comprobar lo que es cierto y hasta que punto lo son esas que nunca dejaron de llamarse predicciones meteorológicas. No son el Oráculo de Delfos ni tampoco pseudociencia, pero la forma de presentarlas y de dar la información hacen que sean al menos imprecisas, poco creíbles, por no decir que desinformadoras.
En cualquier caso, ¿donde está nuestra capacidad de sorprendernos, de experimentar, de arriesgarnos, de sufrir?. ¿No estaremos perdiendo el disfrute del momento en aras de la comodidad, de un ideal de perfección, de optimizar nuestros recursos economicos con el fin exclusivo de obtener una experiencia segura y garantizada de calidad y sin imprevistos?. ¿No se nos olvida que los humanos recordamos con cariño y casi exclusivamente aquellas situaciones que no esperábamos, que nos sorprendieron, que incluso interpretamos como negativas, que nos permitieron salir de nuestras zonas de confort, que nos unieron, que nos despabilaron, que nos removieron, que nos sacudieron, que nos permitieron manifestarnos y relacionarnos espontáneamente y que en la mayoría de los casos desencadenaron resultados maravillosos? ¿No será que queremos y controlarlo todo sin pensar que es imposible hacerlo, pero que de logarlo sería como matar todo aquello que hace que merezca la pena vivir?

¿No será que le estamos quitando a ese gran viaje que es la vida toda su sustancia?

¿No sera que se nos está olvidando vivir, si entendemos que vivir es exponerse y experimentar y que esto entraña un riesgo cuyo premio es sentirse vivo?
Me gusta esa máxima: no hay atajos a ningún lugar al que merezca la pena ir.

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