Los árboles; esos seres maravillosos - ATUAIRE Viajes
Los árboles; esos seres maravillosos
Escrito el Jue, 4 agosto 2016 por viajes

Es común pasar junto a los árboles. Lo hacemos cuando paseamos en los parques, cuando recorremos los campos o las montañas e incluso cuando transitamos por algunas calles y carreteras. Son unos compañeros tan habituales, aunque a decir verdad deberían de serlo más, que es frecuente no prestarles más atención que, en la mayoría de los casos, por su capacidad de dar sombra y de, con más o menos acierto por el riesgo de atraer rayos, elegirlos para resguardarnos de un buen chaparrón. Algo también habitual es contemplar la grandiosidad y belleza de algunos ejemplares centenarios, ya sea por su esbelto porte o por sus curiosas formas o, si tenemos un mayor conocimiento botánico, sobre la rareza de algún especimen autóctono o exótico. Antiguas culturas los han venerado. Vieron en ellos algo que les fascinaba: su longevidad. Y es que hasta la más efímera de las especies arbóreas supera nuestras expectativas de vida. No es de extrañar aquello de «tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro» como una tendencia humana, un tanto vana, de dejar alguna huella que trascienda a nuestra efímera existencia.
Se puso de moda abrazar a los árboles para captar su energía, los que pueden se hacen casas en los árboles, los cortamos para calentarnos, hacer muebles y casas, también por sus preciosas maderas pero, en general, los consideramos poco y los queremos poco, porque los conocemos poco.
Un árbol es como un libro abierto que hay que saber leer. Su aspecto, su copa, sus raíces, sus ramas, cada grieta de su tronco, sus vástagos, heridas, tumores, hongos y excrecencias nos hablan y nos cuentan una historia llena de vicisitudes y peripecias en relación a un sólo lugar, el lugar donde nacieron y donde completarán su ciclo vital. También nos hablan de ese entorno en el que germinó una semilla tal vez trasladada por el viento, por el agua, por algún pajarillo o por intervención humana. Cuentan cosas tales como si el suelo es fértil, hay humedad, es una umbría, y como todas esas circunstancias condicionaron su crecimiento, su aspectos, sus arrugas, sus heridas.
Recuerdo aquella magnífica sabina de Hornuez de soberbio porte. A pesar de haber reforzado su tronco con una abrazadera, finalmente hace unos años un fuerte vendaval acabó quebrándola. Despertó mi curiosidad el hecho de que fuera la más grande de todas las que la rodeaban. Pregunté a un lugareño al respecto y me contó lo siguiente: al parecer, el ermitaño que custodiaba la ermita tenía el muladar justo al pie de ese ejemplar, con lo que el aporte extra de nutrientes estaba garantizado y su crecimiento excepcional también. Pura historia, casualidad y causalidad.
En definitiva, me gusta contemplar, acariciar y escuchar a estos seres que tanto aportan a nuestra supervivencia y a la de la mayoría de las formas de vida actual en nuestro planeta.
Tanto es así, que siempre que tengo la oportunidad de visitar a los ya conocidos o presentarle mis respetos a los por conocer me desvío de mi camino con ese propósito. Son como aquellos amigos que cuando viajas y sabes que están cerca pasas a saludarles y a pasar un buen rato.
También me gusta fotografiarlos; aunque lo que más permanece en mi son las sensaciones vividas junto a ellos, tener una imagen suya me permite una evocación más completa de esos momentos.

Si queréis ver este albúm de verdaderos, sabios y nobles amigos entrad aqui. Ver albúm.





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